La irrupción de la pandemia nos obligó a radicales ajustes en cuanto a estilo de vida y funcionamiento social. Desde un principio los individuos, colectivos y el propio sistema han estado persiguiendo un retorno -con excepciones contadas- al estilo de vida y funcionamiento social previos.
La pandemia parece se atenúa en sus efectos y fluctúa en su evolución sin desaparecer del todo, perpetuando la magnificación de la incertidumbre que trae consigo. En este tránsito incierto, o bien hacia la normalidad de antes, o bien hacia una “nueva normalidad” permanente, podemos preguntarnos en qué medida con la pandemia hemos aprendido algo y nos está haciendo mejores, porque toda vivencia puede devenir una lección y esa lección sólo será “mala” si no nos la aprendemos.
- ¿Qué podríamos estar aprendiendo de la pandemia?:
- El valor de la vida vs. el miedo a la enfermedad y la muerte.
- ¿Vida biológica o vida espiritual? ¿Importan los años o vivirlos con dicha?
- Decrecimiento desde la espiritualidad.
- Vivir más sencillamente, haciendo menos y menos frenéticamente, consumiendo menos, huyendo menos de nosotros mismos a través del trajín constante.
- Cuidar del planeta o vivir/morir a costa de él.
- Cultivar nuestras relaciones significativas vs. la dificultad de una convivencia profunda.
- Soledad como recogimiento o como aislamiento.
- Papel de los mayores en sociedad: recluidos o reconocidos.
- Interconexión global y desigualdad mundial.
- Reconocimiento social de las profesiones de servicio, indispensables para el funcionamiento social.
- Solidaridad ante la indefensión colectiva o individualismo y exclusión social creciente.
- Salud como derecho o como comercio
¿Estamos dispuestos a aprender de todo ello, adoptando los cambios que pueden prevenir nuevos envites de este tipo, tal vez más graves en un futuro, o preferimos acelerar hasta que sea el propio colapso del sistema el que nos detenga? Y, como cristianos, ¿qué valores percibimos más cercanos a los del Reino, aquellos que demanda la pandemia o aquellos en los que vivíamos instalados? Y, como Iglesia, ¿cómo hablar de ello?
Resulta muy ilustrativa la reflexión de Francisco José Ruiz Pérez S.J. que nos puede servir de referencia orientativa:
La Covid-19 nos ha metido en la convivencia directa, sin subterfugios, con nuestra fragilidad.
Una consecuencia de ello es que estábamos cayendo en la ingenuidad de sobreestimar el logro humano, olvidando que no puede zafarse de los límites de lo natural.
Nuestra precariedad acaba siendo el dato irrefutable. La vulnerabilidad está ahí desde siempre, arranca a partir de nuestro origen, es condición humana. La muerte se encuentra implantada en la vida desde el instante en que comienza.
Podemos reproducir existencialmente en nosotros lo que la parábola del buen samaritano propone como enfoque de vida: el contacto con lo vulnerable y lo vulnerado como proyecto (cf. Lc 10, 29-37). El Vete y haz tú lo mismo (Lc 10, 37) no es entonces un consejo puntual: es un horizonte con pretensiones de orientar toda la existencia.
“La historia entera de la Medicina confirma esta actitud combativa del cristianismo frente a la enfermedad”. La asistencia al enfermo es el núcleo de la reacción general de la Iglesia ante el mal (natural). En palabras de Laín Entralgo, “contra lo que una visión deformante de la realidad haya podido difundir, el cristiano no quiere la enfermedad, sino la salud”.
La respuesta no parece otra, sino que en la vulnerabilidad hay para Dios una posibilidad excepcional de humanización: de una mayor y definitiva humanización, que termina convirtiéndose en encuentro interpersonal y comunitario. Lo vulnerable es oportunidad para una unión que, sorprendentemente, aparece como una alternativa a la soledad humana.
Somos vulnerables ¡y eso nos convierte en nosotros! La vulnerabilidad no es un sitio para huir. Es el lugar para citarnos y así descubrir nuevas oportunidades para la vida. Transitamos desde la fantasía de que existe un mundo sin imprevistos a la verdad de que los imprevistos son parte inevitable de la vida.
La Teología, la Pastoral de la Salud, principalmente viene a decir que somos contingentes, pero también que estamos misteriosamente sostenidos en esa contingencia.
En la contingencia no se embarranca la existencia. Al contrario: justamente en ella se redimensiona la historia. Lo que parecía muerte resulta que es vida. Y eso es muy real, tanto como la Covid-19.
Está quedando bastante claro que la principal línea divisoria hoy día ya no pasa entre creyentes y no creyentes sino entre ‘buscadores de sentido’ e ‘instalados’” […] Tenemos que aprender a ensanchar radicalmente las fronteras, […] tenemos que abrir las puertas que hemos cerrado por miedo de los otros (Xavier Morlans). Acuñaremos esta terminología en nuestro estilo de vida: sociedad abierta, sociedad líquida, economía digital, una nueva globalización, …
Como nunca estaremos preparados, porque todo, cada día resulta nuevo, podremos experimentar incertidumbre e inseguridad. La palabra miedo puede implicar o significar ansiedad, nerviosismo y hasta desconfianza. ¡No sucumbiremos al miedo!
El futuro depende de la educación en valores, en nuevos hábitos higiénicos, en respeto a los demás. Aprender de la historia, para no repetir lo que hemos hecho, ya que las consecuencias pueden ser similares o mayores. A desterrar la indiferencia y, a integrar la espiritualidad. A tomar consciencia de la vulnerabilidad de la persona. A considerarnos integrantes del mundo (Laudato Si’) y sabremos dialogar mediante las conversaciones y los pactos.
Ahora habremos de decir que no hay otra alternativa que cambiar, cambiar a otro estilo de vida, pues con el que hemos llevado, ya conocemos sus efectos. Y si volvemos a hacer lo que nos ha traído hasta aquí, tal vez nos suceda lo mismo. Cambio cognitivo y cambio comportamental, no hay otra solución. Lo que pasa es que nos falta la voluntad de aprender y mucho nos tememos que vamos a volver a las andadas…
En esta edición de Labor Hospitalaria, se aportan luces y reflexiones a propósito de las situaciones vividas a nivel social y en el ámbito de la Orden Hospitalaria en sus centros en los que se han atendido y aprendido a madurar, evolucionar y actual en momentos de crisis. Parece que hemos aprendido algo. También se destacan aspectos relacionados con la importancia de la dimensión emotiva en la atención tanto de los pequeños como de los mayores. No falta un análisis de nuestra dimensión y disposición para resultar solidarios en los momentos de crisis y en los momentos habituales con claros matices.
El ser humano se caracteriza por tener conciencia de su propia dignidad y de que la salvaguarda de la misma está unida al respeto de su libertad. Los políticos nos han manipulado. Como somos masa se nos ha manipulado: y el experimento ha funcionado. Hemos aprendido que no nos debemos dejar engañar tan fácilmente y entre todos remar en el mismo sentido sin dejarse llevar de ideologías manipuladoras: la libertad es esencial para poder crecer.
Hemos de recordar los principios morales que los católicos debemos tener presentes para decidir sobre nuestra actuación ante leyes actuales y otras semejantes, y que, cualquier estado o persona comprometidos en la defensa de los derechos humanos pensamos que deberían respetar.
Somos muy conscientes que estamos inmersos en una sociedad multicultural. La bioética se mueve en ese contexto y habitualmente en la gestión de la complejidad, que tiene como desafío ayudar a pensar sobre la realidad, incluyendo en esa reflexión el sentido mismo de las profesiones sanitarias. Y, por descontando, teniendo en cuenta los colectivos a los que prestamos atención.
En la presente publicación de Labor Hospitalaria, por ser concretos y prácticos, se encarnan experiencias que están sirviendo para encontrar algún sentido en una crisis como la presente y para podernos orientar, sobre cómo superarlas cuando otras aparezcan, citando testimonios de personas que han aprendido algo y crecido desde su propia crisis personal. Sencillamente porque nos está moviendo el espíritu de la Hospitalidad que respiramos.
Bien sabemos que pocas cosas tenemos bajo control, ni siquiera nuestra propia capacidad de concentración… Tal vez la vida no sea tan complicada como la hacemos y tengamos que contentarnos con cosas más sencillas, no tan sofisticadas… Habremos de aprender a relajarnos, a serenarnos, a no exigirnos y a no sentirnos mal porque no llegamos, porque no sabemos, porque no hacemos…
Además, la pandemia ha permitido que miremos hacia dentro, que reflexionemos sobre dónde estamos y hacia dónde y cómo queremos caminar. Ha surgido una vuelta a la práctica espiritual y a la vivencia de lo religioso como algo necesario. Mirando en positivo la pandemia ha traído, que lo auténtico, sencillo y habitualmente inmaterial, se hace importante y ojalá, principal motor de nuestras vidas, a fin de ser plenos en ellas.