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experiencias | Num.334 | 06/4
Reflexiones sobre la Covid-19 en el Albergue San Juan de Dios de Madrid.

Ubaldo Feito Pinela O.H.
Director. Albergue San Juan de Dios. Madrid.

Cuando se nos pidió una reflexión sobre cómo se vivió en este Centro de acogida dedicado a personas sin hogar y a inmigración vulnerable, la pandemia causada por la Covid-19, lo primero que viene a la cabeza es simplemente olvidar esa temporada, pero no sería adecuado hacerlo. Olvidar, en unas ocasiones es bueno, pero en otras no conviene.

Nuestra sociedad actual no conocía algo que ha estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, como han sido las crisis sanitarias que, periódicamente, han ido mermando a la población, afectando profundamente a todas las estructuras del tejido social y, por supuesto, al bienestar deseado de desarrollo de toda persona humana. Se nos olvidó que la separación entre la vida y la muerte es una línea invisible que se puede cruzar sin aviso previo en muy poco tiempo.

Creemos que no se trata de hacer un relato de lo sucedido, solamente señalar algunas experiencias sobre esa temporada, especialmente, los momentos críticos que se produjeron durante los tres primeros meses desde que se decretó el primer estado de alarma el 14 de marzo de 2020 y sus prórrogas sucesivas hasta el 21 de junio.

Conocedores de lo que suponía una declaración de este tipo se informó a los usuarios de las consecuencias de la misma. Un grupo de personas optaron por buscarse por sí mismas otras soluciones habitacionales para no tener que estar confinadas en el Albergue. Esta decisión nos proporcionó la posibilidad de organizar una unidad de aislamiento tanto para los positivos como para el seguimiento de los contactos estrechos.

Queremos recordar que el primer positivo se registró el día 4 de marzo y que necesitó cuidados intensivos, afortunadamente se salvó. Durante todo el tiempo del confinamiento solo tuvimos diagnosticadas 14 personas positivas con síntomas leves. El resto de los casos positivos registrados hasta la fecha de esta publicación han sido 50 personas.

Tuvimos que prescindir del voluntariado por su propia seguridad, y progresivamente la mitad de la plantilla laboral sufrió el contagio, lo que supuso un trastorno muy grande en la asistencia diaria. Hubo turnos de trabajo con dos personas y otros con tres personas en un Centro ya de por sí con mínimos de personal. En todo momento la actitud del personal fue admirable puesto que se convirtió en personal polivalente y multifuncional. Contratar profesionales en aquellos momentos era imposible, y mucho más encontrar personal de enfermería.

Los usuarios tomaron conciencia más que nunca que este Centro era su hogar y se prestaron libremente a colaborar con las tareas cotidianas. Implantamos un modelo de autogestión que funcionó, de lo contrario hubiera sido inviable la asistencia.

El interés y las ayudas por parte de las Administraciones públicas fueron nulas. Los centros hospitalarios y las residencias de tercera edad coparon toda la atención, como por otra parte, era lógico. Pero los Centros de tipo social dedicados a otros colectivos fuimos ignorados durante el primer mes y medio del confinamiento. Pasaba el tiempo y solamente el SAMUR Social nos hacía llegar algo de material de protección. Cabe señalar que la apertura de un pabellón en IFEMA para personas sin hogar alivió en gran parte la situación de este colectivo.

Mientras tanto se decretaba legislación todos los días que llegaba de forma telemática, algunas veces con directrices contradictorias tanto desde las autoridades sanitarias como sociales. Todas las demandas de información diarias se enviaban en tiempo y en forma, y nunca hubo ni contestación ni acuse de recibo. Era continuo el cambio de protocolos que tenían que ser implantados en cada actuación correspondiente. Tuvimos una visita de la UME que felicitó al Centro por la forma de llevar la Unidad de aislamiento, la zonificación, la señalización, la protocolización y la implantación de las medidas de prevención, pero la promesa de enviarnos todas las semanas un equipo completo de material de protección jamás se llevó a efecto.

Más tarde empezaron a llegar los test de antígenos y las evacuaciones a hoteles medicalizados que supusieron un cierto alivio. Cuando empezamos a vacunar a todos los residentes el 27 de mayo de 2021 empezamos a ser conscientes de todo lo sufrido y a darnos cuenta de toda la incertidumbre, ansiedad e inseguridad que se puede llegar a vivir en una situación de estas características.

Todas las semanas nos conectábamos por video conferencia los Centros de Madrid dedicados a esta población marginada con el SAMUR Social. En esos momentos podíamos compartir dudas, experiencias, esperanzas y conocer de primera mano lo que nos afectaba a nuestro sector en cada uno de los dispositivos de atención.

Hay que reconocer que hubo personas anónimas y ajenas al Albergue que nos hicieron llegar sus aportaciones y ayudas con gestos entrañables e inolvidables, porque entendían que pasábamos una situación difícil. Un médico del Hospital Severo Ochoa que solo conocía el Albergue por referencias se puso a nuestra disposición las veinticuatro horas del día para asesorarnos en cualquier consulta y mandó una furgoneta de ayuda humanitaria. Una asociación de vecinas del barrio se organizó para hacernos llegar grandes cantidades de bizcochos caseros de todo tipo para intentar que tuvieran un estímulo los residentes a la hora del desayuno, y así otros tantos casos de expresión de solidaridad que nace no solamente de un deber cívico, sino de un profundo sentimiento que demuestra la calidad humana de quien la práctica.

La autosuficiencia del hombre contemporáneo salió hecha añicos por los aires en momentos de esta inesperada crisis desconocida bañada en dolor e impotencia. No se podían concebir las calles de Madrid, vacías y transitadas por los pocos coches de trabajadores de servicios esenciales, y un continuo trasiego de coches funerarios y ambulancias. EL ruido típico de fondo de las ciudades enmudeció. Por eso, a veces, no es bueno olvidar.

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