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experiencias | Num.335 | 07/1
50 aniversario de la Ciudad de San Juan de Dios.
Celebración eucarística de San Juan de Dios.

+José Mazuelos Pérez,
Obispo de Canarias

Hermanos sacerdotes concelebrantes; queridos Hermanos de San Juan de Dios: hermanos consejeros, antiguos hermanos superiores que a lo largo de estos cincuenta años habéis estado en las Palmas de Gran Canarias, Hermano superior y hermanos de la comunidad actual, Religiosas; Excmo. Sr Alcalde Distinguidos Representantes de Entidades e Instituciones, culturales y religiosas, queridos residentes, familiares, trabajadores hermanos/as que construis esta familia de la ciudad de San Juan de Dios.

Nos hemos reunidos en esta Basílica de la Virgen del Pino con toda la Familia Hospitalaria de San Juan de Dios por un doble motivo. Primero, para celebrar el día de San Juan de Dios que fue el pasado 8 de marzo y podemos decir que estamos aún en su octava. Y, en segundo lugar, para poner fin a la celebración del 50 aniversario de la Ciudad de San Juan de Dios en Las Palmas de Gran Canaria.

Como todos sabéis, el 8 de marzo de 1550, la ciudad de Granada y con ella todo el mundo, lloraba la muerte de un hombre que, por su capacidad de amor y su sacrificio, supo dar sentido a la vida, a la enfermedad, a la muerte y al drama de muchas personas que sufrían en soledad, la marginación más espantosa.

A San Juan de Dios, la historia le considera el fundador del hospital moderno, dado a luz -podemos decir- en la Orden Hospitalaria fundada por él, que todos conocemos como Los Hermanos de San Juan de Dios. Creó su propio hospital; quería y consiguió de esta forma, buscar remedio para sus hermanos marginados y enfermos. Aspiraba a que, donde hubiera focos de pobreza y miseria, se levantara un hospital digno y responsable, donde sus enfermos pudieran disfrutar, vivir y ser curados. No quería ver a sus enfermos amontonados en el suelo o en camas comunes. Él estaba decidido a mostrar el amor de Dios a todos, dando su vida como Jesús por todos especialmente los más necesitados.

A San Juan de Dios se debe la planificación del espacio hospitalario-que hasta entonces era impensable- dividiéndolo en habitaciones y salas según las necesidades de cada enfermo; y que cada uno tuviera su cama, además de alimentación, limpieza, ventilación, asistencia día y noche y un riguroso orden en la medicación.

Como podemos ver, fue un revolucionario de la sanidad de su época que marcó un estilo y abrió un horizonte para el futuro; y el espíritu que lo movió fue su amor a Dios y su amor al prójimo. Su secreto fue vivir esta parábola que hemos escuchado del Buen Samaritano. Tener muy claro que toda persona, al margen de sus condicionamientos físicos, psíquicos y sociales, es depositaria de unos valores eternos por ser “imagen y semejanza de Dios”.

Pues bien, teniendo presente que celebrar la festividad del Patrón implica acudir a beber de la fuente de agua viva que él bebió -y que en él se hizo fecunda- y así actualizar su carisma, pienso que en nuestros días es más necesaria que nunca la presencia del espíritu de San Juan de Dios.

De hecho, a pesar del avance de la medicina, de la investigación clínica y de los recursos sanitarios, en nuestro mundo se siguen dando casos de muchos hombres que sufren y mueren abandonados y, en ocasiones, solos. No sólo sigue presente este problema de abandono y soledad, sino que incluso el desarrollo biotecnológico, a pesar de abrir grandes perspectivas de bienestar humano, ha suscitado también nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano, poniendo sobre las manos del mismo, el poder de manipular la vida.

Por lo tanto, hermanos, también hoy necesitamos personas llenas del espíritu que movía a San Juan de Dios, que no se cansaba de defender la dignidad de la vida humana. Pienso que hoy seguimos necesitando profesionales y voluntarios llenos de ese espíritu: religiosos que consagren su vida al servicio de los enfermos… médicos, enfermeras y personal sanitario que humanicen nuestros hospitales y no dejarnos llevar por la mentalidad eugenésica que se va imponiendo. Es preciso y urgente liberarnos del pensamiento ateo-materialista que se va imponiendo y que define al ser humano desde unos presupuestos puramente materiales y cegados de toda trascendencia. Y en esta misión, vosotros, tras 50 años en la isla de Gran Canarias sois una luz estupenda y cada día más necesaria para iluminar las tinieblas de la cultura de la muerte que se quiere imponer en nuestra sociedad promulgando leyes acientíficas e ideológicas que desprecian a los menores, elevan a derecho la monstruosidad del aborto y abren el camino para eliminar a los débiles optando por un darwinismo social donde sólo los fuertes tienen todos los derechos, incluso el de la vida.

Una sanidad humana cimentada en una antropología individualista, material y subjetivista no es posible, pues ello conlleva hacer reposar la dignidad del ser humano, exclusivamente, en las manifestaciones corporales visibles, olvidando la dimensión espiritual del hombre. Bien sabéis vosotros que trabajáis en esta obra maravillosa de San Juan de Dios que, por encima del materialismo, abriendo los ojos de la verdad y del corazón, es posible contemplar y venerar el grandísimo misterio de amor que encierra toda vida humana.

En definitiva, no es posible humanizar la sanidad si no cogemos el testigo que nos dejó San Juan de Dios, que nos lleve a contemplar en cada ser humano que sufre la enfermedad al mismo Dios y lo llevamos al horizonte de esperanza en que él siempre nos sitúa: acoger al mismo Cristo; porque como nos ha dicho San Juan en la segunda lectura “Hijos míos, no amemos con palabras y solamente de boca, sino con obras y de verdad”.

Así que, ¡ánimo hermanos!, pidamos al Señor, por la intercesión de San Juan de Dios y de Nuestra Madre la Virgen del Pino, que nos ayude a defender a nuestros hermanos enfermos del materialismo reinante y que podamos transmitir al mundo que el sufrimiento de la enfermedad no se cura eliminando la vida, sino ayudando a todo enfermo a hacer presente la grandeza de nuestro ser a “imagen y semejanza de Dios”.

Otro elemento de la vida de San Juan de Dios que me gustaría recordar es su devoción a María, mostrando dos episodios de su vida en los que María jugó un papel clave.

Como sabéis, San Juan de Dios a los veintiocho años, en 1523, quiso servir al emperador Carlos V en la defensa de Fuenterrabía, alistándose en el ejército. Un día que faltaban víveres, Juan decidió partir en su búsqueda montado en una yegua, que, llena de furia, arremetió contra él derribándolo y provocándole un fuerte golpe en la cabeza. Vuelto en sí, atormentado de la caída, no pudiendo apenas hablar, invocó a la Virgen María, de la que siempre fue muy devoto, quien le salvó. Regresó a donde estaban sus compañeros a quienes contó lo sucedido. Lo auxiliaron y en pocos días se curó. Como podemos ver, San Juan de Dios como tantos santos y santas nos muestran la fuerza que tiene la oración a María.

El 20 de enero de 1539 se produce un hecho trascendental. Oyendo un sermón predicado por San Juan de Ávila en la Ermita de los Mártires, tiene lugar su conversión. Las palabras del santo manchego producen en él una conmoción tal, que le lleva a destruir los libros que vendía; vaga desnudo por la ciudad; los niños lo apedrean y todos se burlan de él. Su comportamiento es el de un loco y, como tal, es encerrado en el Hospital Real. Allí trata con los enfermos y mendigos y va ordenando sus ideas y su espíritu mediante la reflexión profunda. Juan apacigua su joven e impaciente espíritu y se dirige en peregrinación al santuario de la Virgen de Guadalupe en Extremadura. Allí madura su propósito y a los pies de la Virgen promete entregarse a los pobres, a los enfermos y a todos los desfavorecidos del mundo.

Podemos decir que es por ello que, hoy, hemos venido a esta basílica para como San Juan de Dios, pedirle a nuestra Patrona, a Nuestra Madre la Virgen del Pino que nos ayude a todos a seguir cumpliendo años en la Ciudad de San Juan de Dios y que no nos cansemos de seguir abriendo caminos de humanidad en nuestra isla y de trabajar cada día para que la luz del amor a los más débiles siga brillando con fuerza en la Congragación de los Hermanos de San Juan de Dios. Que así sea.

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