en tiempos pandémicos
José Ramón Zárate Cobo
Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra.
Subdirector de ‘Diario Médico’. Director de Relaciones Institucionales del Área de Salud de Unidad Editorial.
La pandemia del SARS-CoV-2 ha originado no solo la mayor avalancha de estudios científicos de la historia sino también durante varios meses ha eclipsado cualquier otro asunto informativo en medios de comunicación y redes sociales. El miedo, la incertidumbre y la impotencia hipnotizaron el interés mundial. Esa ‘infodemia’ compulsiva ha servido como valioso canal informativo en el confinamiento, pero a la vez como plataforma incontrolada para conspiranoicos, farsantes y mentirosos.
Palabras clave: Covid-19, desinformación, redes sociales, noticias falsas, fake news
SARS-CoV-2 pandemics has caused not only the largest rush of scientific studies in history, but also it has eclipsed any other informational matter on the mass media and social networks during moths. Fear, uncertainty and impotence hypnotized the worldwide concern. During the confinement, this compulsive “infodemic” served as a valuable information channel, but also as an uncontrolled platform for conspiracy theories, farces and lies.
Key words: COVID-19, Misinformation, Social networks, Fake news.
Dicen que cada generación tiene una gran crisis, normalmente bélica o sanitaria. No es que la nuestra no haya presenciado guerras, catástrofes naturales ni epidemias, muchas de ellas con un balance letal, por ahora, mucho más cuantioso que la crisis del coronavirus, pero por lo general han quedado relegadas a zonas limitadas en el espacio y en el tiempo, y la sociedad se ha acostumbrado o resignado a esas mortandades periódicas: VIH, inundaciones, tifones, dengue, malaria, terremotos y maremotos, tuberculosis, accidentes nucleares, el interminable conflicto de Oriente Medio, las ‘vacas locas’, epidemias de gripe aviar y porcina, la guerra de Vietnam, los atentados de yihadistas enfurecidos, la tensión de la Guerra Fría hasta la caída del muro de Berlín, las purgas asesinas de Stalin, Pol Pot y Mao, las víctimas del terrorismo de ETA, las matanzas étnicas africanas, las limpiezas ideológicas de dictadores sudamericanos… La lista puede ser interminable.
Según la edad de cada uno, la incidencia emocional será más o menos intensa. Salvo en algunos casos, el próspero mundo occidental ha asistido a estas desgracias desde la barrera de los medios de comunicación…
Hasta que llegó el SARS-CoV-2, causante de la covid-19. En un mes, el mundo pasó del escepticismo a la incredulidad y al confinamiento. En un artículo que escribí a comienzos de febrero en Diario Médico (Zárate, 2020), sobre las cuarentenas masivas que se habían empezado a establecer en ciudades chinas, decía que “el esfuerzo de China por contener el brote del nuevo coronavirus es meritorio, pero desproporcionado al establecer gigantescas cuarentenas, nunca vistas en la lucha contra las epidemias. ¿Es un modelo para futuros brotes o una exageración contraproducente?”.
Y concluía que, “pase lo que pase, es un nuevo virus que, como tantos otros, algunos mucho más peligrosos (Ébola, VIH…), habrá que seguir vigilando, mientras la siguiente amenaza se oculta agazapada en espera del caldo de cultivo o de murciélago que le permita saltar a otra especie para multiplicarse febrilmente, el inquietante oficio de los virus”.
En España y en muchos otros países no había aún una sensación alarmante sobre “ese otro nuevo virus asiático” que, era de esperar, se apagaría poco a poco, como los anteriores. ¿Desde cuándo los coronavirus conocidos habían sido peligrosos? Algunas voces (Davies, 2020) venían recordándonos de vez en cuando que hay que estar alertas pues cada cierto tiempo sobreviene una gripe pandémica que hace estragos mundiales: la gripe española de 1918 causó entre 20 y 50 millones de muertos, la gripe asiática de 1957 algo más de un millón, alrededor de un millón la gripe de Hong Kong de 1968 y unos 200.000 la gripe porcina de 2009.
Pero acostumbrados a las gripes estacionales, para las que se fabrican vacunas más o menos eficaces, apenas éramos conscientes de los avisos periódicos de que puede volver el lobo con más fiereza que nunca. ¿Y cómo un insignificante virus podría vencer tanta sabiduría científica y tanto progreso tecnológico acumulado en las últimas décadas?
Pues esa diminuta partícula de unos 120 nanómetros de tamaño, de forma esférica rodeada de pinchos de anclaje a la célula, ha encerrado a todo el planeta en sus casas, desconcertado a los científicos y médicos, y arruinado a millones de personas.
01 | Y el mundo se hizo viral
Desde el punto de vista de la comunicación ha sido una experiencia única en la historia. Poco a poco, los contenidos de programas de radio y televisión, páginas de diarios y webs informativas fueron convirtiéndose en monotemáticos.
Y su consumo se disparó en una sociedad encerrada en sus hogares y ávida de noticias sobre el virus que estaba diezmando a la población, sobre las medidas de protección, los hospitales de campaña, los fármacos paliativos, la esperanza de las vacunas, los entierros sin familiares, los dramáticos testimonios de quienes superaban la enfermedad tras varias semanas en la UCI y la incertidumbre sobre cuándo acabaría la pesadilla.
Junto con la radio y la televisión, la información digital, incluida la caótica avalancha de las redes sociales, ha sido clave para difundir alarmas, consejos y esperanzas, y también infundios, mentiras y falsedades. En una época de crisis de los grupos periodísticos, iniciada tras la debacle financiera de 2008 y agravada ahora por la caída de la publicidad en más de un 50% por ciento debido a la paralización y quiebra de muchos ámbitos económicos a causa del confinamiento, nunca antes había sido tan necesario el concurso de estas plataformas informativas ni tampoco hay precedentes, salvo algunos muy puntuales como los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, del interés con que se han seguido sus contenidos.
Pero una infraestructura periodística debilitada en una sociedad que requiere hechos contrastados y opiniones sensatas conducirá potencialmente a un mayor acceso a contenidos ‘alternativos’ o dudosos y a la difusión de puntos de vista ‘peligrosos’ para la salud pública, como tratamientos inútiles o perjudiciales contra la covid-19. La dependencia social de los medios de comunicación para encontrar información precisa, no solo estadísticas, aumenta en tiempos de incertidumbre y crisis. De ahí la importancia de la selección rigurosa de las fuentes y de la calidad formativa de los redactores.
Una de las constantes de esta crisis sanitaria ha sido la de las noticias falsas (las famosas fake news), los rumores y las exageraciones. Por ejemplo, uno de los remedios divulgados en algunos países al principio de la pandemia fue que “beber alcohol protege frente a la infección”, que provocó que más gente muriera por intoxicación etílica en la provincia iraní de Fars que por el contacto con el patógeno en sí.
Según informaba en mayo en Emergency Medicine Journal el equipo de Sepideh Sefidbakht, del Departamento de Radiología de la Universidad de Shiraz en Irán,
”nuestros registros muestran un aumento dramático en los casos de intoxicación por metanol en marzo y abril de 2020. El 16 de abril, el jefe del Servicio Médico de Urgencias de la provincia de Fars informó de 797 casos de envenenamiento por metanol con 97 muertes. Esta cifra, de una sola provincia, palidece frente a los 768 sujetos intoxicados en todo el país en 2018, y hay informes similares de intoxicaciones por metanol en varios otros centros durante este período”.
Y añadía que, “a diferencia de los brotes anteriores, el actual de envenenamiento por metanol parece deberse a la creencia de que el consumo de desinfectantes, específicamente alcohol, sería beneficioso para prevenir la infección por covid-19. Está respaldado incluso por varios casos de intoxicación por metanol en niños como resultado de un intento desesperado de los padres para prevenir o curar la infección. Cuando la gente se enfrenta a una amenaza grave para la salud, refractaria a los remedios disponibles, se anticipa una toma de decisiones irracional, lo que conduce a actuaciones peligrosas. La educación pública apropiada es ineludible para combatir la desinformación que se difunde a través de las redes sociales. Esto es esencial para prevenir una mayor morbilidad y mortalidad y también para proteger un sistema de salud ya agotado del exceso de carga durante una pandemia devastadora”.
El origen chino de la pandemia dio lugar también en las primeras semanas a numerosos casos de xenofobia contra ciudadanos asiáticos, como comentaba Amaya Noain Sánchez, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, en The Conversation. Esos prejuicios dieron pie a la campaña #JeNeSuisPasUnVirus en Twitter, en defensa de la comunidad china.
“La magnitud de los infundios llevó al director general la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, a declarar que vivimos inmersos en una infodemia: una situación en la que los rumores sobre la emergencia sanitaria hacen que sea muy difícil identificar las soluciones, alimentando un ambiente de confusión, miedo y desconfianza nocivo para los ciudadanos”.
02 | Cazadores de bulos
En este contexto, gobiernos, agencias y múltiples organizaciones han desarrollado iniciativas para luchar contra la desinformación: así, el Observatorio Europeo contra la Desinformación (SOMA) ha recogido y analizado los bulos más compartidos sobre la pandemia, mientras que la Organización Mundial de la Salud, junto con compañías como Facebook, Google, Pinterest, Tencent, Twitter, TikTok y YouTube, desarrolló la página web mythbusters (cazadores de mitos).
Desde el sector periodístico, expertos en verificación y portales de comprobación de contenidos han diseñado herramientas, plataformas con recursos útiles y formación online para desterrar los contenidos tergiversados, como First Draft y Global Investigative Journalism Network (Crowley, 2020). El papel de los portales de verificación de noticias en todo el mundo es ahora más vital que nunca.
En España, el Colegio de Médicos de Madrid, en colaboración con EFE Verifica, Maldita Ciencia, la Asociación para Proteger al Enfermo de las Terapias Pseudocientíficas y la Sociedad Española de Oncología Médica, impulsó un Observatorio Digital de Información Sanitaria dentro de la campaña Contágiame de ‘verdad’, no de falsas noticias, con la que el colegio madrileño llama la atención sobre los bulos y falsos mitos en salud en internet, redes sociales y medios de comunicación.
Maldita Ciencia, integrada en el portal Maldita.es, es un medio de comunicación digital sin ánimo de lucro que lucha contra la desinformación y promueve la transparencia a través del fact-checking y el uso de técnicas de periodismo de datos. Es la única organización española que forma parte del grupo de alto nivel sobre Fake News y Desinformación designado por la Comisión Europea, así como del International Fact-Checking Network, una alianza mundial de verificadores. Según dijo Laura Chaparro, coordinadora de Maldita Ciencia, en la presentación del Observatorio,
“la desinformación y los mitos sobre cuestiones asociadas con la salud, la alimentación o las pseudoterapias se convierten mucho más rápidamente en creencias. Lo estamos viendo ahora con la covid-19 pero lo llevamos viendo varios años con el cáncer o el movimiento antivacunas. Creemos que es necesario atajarlas acercando el conocimiento científico a la ciudadanía».
#SaludsinBulos es otra de las grandes plataformas que ha cobrado bríos en los últimos años. Es una iniciativa de la agencia de comunicación COM Salud en colaboración con la Asociación de Investigadores en eSalud (AIES).
Tiene igualmente como objetivo combatir los bulos de salud en internet y las redes sociales y contribuir a que exista información veraz y fiable.
En su página web han desmentido por ejemplo que las mascarillas causen hipoxia cerebral, alertado de test de diagnóstico falsos o contra la utilización del ozono como método de desinfección.
En su II Estudio sobre Bulos en Salud, presentado en noviembre del año pasado junto con Doctoralia, comprobaron tras encuestar a 350 profesionales sanitarios que internet y las redes sociales son los principales canales de difusión de fake news: hasta un 77 por ciento de los bulos sobre salud se transmiten a través de las redes; en concreto, WhatsApp ha experimentado un incremento del 43% como medio de propagación de bulos.
«El paciente está a menudo perdido entre tanta infoxicación que puede encontrar en internet y las redes, y no sabe qué es fiable», explicó el doctor Sergio Vañó, presidente de la AIES.
Esto provoca, entre otros fenómenos perversos, que dos de cada tres pacientes desconfíen de la información que le proporciona su médico a causa de esta pseudoinformación existente en la red, «lo que puede ocasionar el abandono del tratamiento y graves consecuencias en su salud», advirtió Vañó.
«Igual que cuando se hacen ensayos clínicos se observan los efectos positivos del placebo, en la información en salud se da el efecto ‘nocebo’, que puede influir negativamente en el ciudadano».
03 | La serpiente enmascarada
Tan antiguas como la humanidad, las noticias exageradas o mentirosas han sido utilizadas para desacreditar religiones, etnias o enemigos políticos. El Papa Francisco recordó en enero de 2018 cómo la serpiente del Génesis fue “la artífice de la primera fake news” de la historia al engañar a Eva, mezclando verdad y mentira.
«La eficacia de las fake news -dijo en la fiesta de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas- se debe, en primer lugar, a su naturaleza mimética, es decir, a su capacidad de aparecer como plausibles. En segundo lugar, estas noticias, falsas pero verosímiles, son capciosas y hábiles para capturar la atención de los destinatarios poniendo el acento en estereotipos y prejuicios, y se apoyan en emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración».
“Pocas veces las consecuencias [de la persuasiva serpiente enmascarada] han sido tan drásticas y desastrosas”, glosaba José Manuel Burgueño, profesor de Comunicación Institucional de la Universidad Nebrija, en Madrid, en The Conversation. Ya en el siglo I el poeta Virgilio describía en el capítulo IV de La Eneida cómo actúa la fama (el rumor), “la más veloz de todas las plagas”, “monstruo horrendo (…) que llena de espanto las grandes ciudades, mensajera tan tenaz de lo falso y de lo malo como de lo verdadero”. Bien sabido es cómo a finales del XIX la entrada de Estados Unidos en la Guerra de Cuba fue fruto de las mentiras de los principales periódicos norteamericanos del momento, los amarillistas Journal de Hearst y World de Pulitzer, que dieron por hecho que fue un ataque español lo que hundió al acorazado Maine, cuando la causa fue una explosión interna.
En nuestros días, “su alcance y velocidad de propagación, gracias a internet y las redes sociales, confiere a este fenómeno, tan antiguo como la comunicación, un nuevo matiz. La universalización de las herramientas de difusión, su facilidad de uso y su carácter gratuito multiplican la capacidad de divulgación de estas noticias falseadas” (Burgueño, 2020).
Las crisis bélicas y pandémicas son un estupendo caldo de cultivo para el rumor y la mentira. El inverosímil origen artificial -escapado del Laboratorio de Virología de Wuhan- y no natural del nuevo coronavirus sigue siendo motivo de discusiones mundiales alentadas por el presidente Donald Trump y su rivalidad comercial con China. Conspiracionistas y antivacunas han aprovechado el río revuelto para expandir sus prejuicios y airear sus rencores.
El 19 de marzo, el sitio web Biohackinfo.com afirmaba que Bill Gates planeaba utilizar una vacuna contra el coronavirus como estratagema para monitorizar a las personas a través de un microchip incrustado o un software espía de puntos cuánticos. Dos días más tarde comenzó a circular un vídeo de YouTube sobre esa misma idea que ha sido visto dos millones de veces.
Y en mayo se viralizó el vídeo Plandemic, de la investigadora Judy Mikovits, en el que argumentaba que la pandemia de covid-19 se basa en un vasto engaño, con el propósito de beneficiarse de la venta de vacunas. Entre otras afirmaciones, repetía que el SARS-CoV-2 provenía de un laboratorio de Wuhan, pero a la vez que todo el mundo ya tiene el coronavirus inoculado por vacunas anteriores, y que el uso de mascarillas lo activa. Las inconsistencias no importan: la razón por la que no hay pruebas de la conspiración -añadía- es porque los conspiradores hicieron un buen trabajo encubriéndola.
“El antídoto contra el pensamiento conspiratorio es el pensamiento crítico, que implica un sano escepticismo, al tiempo que se considera cuidadosamente la evidencia disponible”, escribía John Cook, de la Universidad George Mason, en Estados Unidos, en The Conversation.
04 | Infodemia
La preocupación de que las noticias falsas puedan utilizarse para distorsionar los procesos políticos o manipular los mercados financieros está bien establecida. No tanto la posibilidad de que la desinformación pueda dañar la salud humana, especialmente durante una epidemia, escribían en Revue de Epidemiologie et de Santé Publique en febrero de este año Paul Hunter y Julii Brainard, de la Escuela de Medicina Norwich de la Universidad británica de East Anglia.
«Las noticias falsas se fabrican sin respeto por la precisión, y a menudo se basan en oscuras conspiraciones. Las investigaciones han demostrado que casi el 40% del público británico cree al menos una teoría de la conspiración, y aún más en los Estados Unidos y otros países. Ya hemos visto cómo el auge del movimiento antivacunas ha creado un aumento de los casos de sarampión en todo el mundo”.
En esta línea, un informe del Consejo Audiovisual de Cataluña alertaba en diciembre del año pasado de que el 40% de los contenidos con más visualizaciones en YouTube cuando se hace una búsqueda con expresiones de duda o reticencia sobre las vacunas infantiles tienen un discurso antivacunas.
Y no haría falta recordar que las principales fuentes informativas de las nuevas generaciones son las redes sociales, lo que explica en parte la paulatina extinción de la prensa en papel y la pérdida de audiencia de radios y televisiones.
En agosto de 2019, una encuesta entre mil adolescentes estadounidenses de 13 a 17 años confirmaba que más del 75% acudía a YouTube, Facebook y Twitter para estar informados de la actualidad. Michael Robb, director senior de investigación de Common Sense Media, precisaba que el 60% de los usuarios que utilizan YouTube como canal informativo lo hacen a través de cuentas de celebrities o influencers, quedando muchas veces en el aire la calidad y objetividad de la información que proporcionan.
“Después de dos años desmontando bulos en Maldita.es -escribía Clara Jiménez Cruz, cofundadora de esa plataforma, en Cuadernos de Periodistas-, sabemos que el problema va mucho más allá de las páginas webs: está sobre todo en las redes sociales más opacas y en las conversaciones privadas de WhatsApp, donde el consumo de la información y de la desinformación se hace en formatos audiovisuales que van desde un vídeo a un audio, pasando por una cadena de texto o una captura, que muchas veces no te remiten a una URL, sino que se consumen sin contexto, aisladas; esto es, sin referencias que ayuden a la ciudadanía a distinguir entre lo que es verdad y lo que es mentira”.
La metamorfosis informativa de los últimos años ha generado dispersión y confusión.
“Se ha perdido lo que nosotros llamamos ‘el ancla’ que ayudaba a la audiencia a distinguir lo que era información de lo que no lo es”, continuaba. “En los medios tradicionales, el papel -soporte- de un periódico, los pitos de la radio o la cabecera del telediario permitían a los ciudadanos identificar que iban a consumir información. En el entorno digital, al consumir en dispositivos móviles, todo ese contexto que te ayuda a distinguir entre El Mundo y El Mundo Today desaparece; y si el lector no reconoce la sátira en el segundo, puede llegar a creer que lo que lee es real” (Jiménez, 2019).
05 | Redes peligrosas
Para entender cómo se difunden las noticias falsas, el equipo de Soroush Vosoughi, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, recopiló un conjunto de cascadas de rumores en Twitter de 2006 a 2017. Según publicaron en la revista Science en marzo de 2018, identificaron unos 126.000 rumores que fueron difundidos por casi 3 millones de personas.
Las noticias falsas llegaron a más personas que las verdaderas: el 1% superior de esas cascadas de noticias falsas se difundió entre 1.000 y 100.000 personas, mientras que las verdaderas rara vez llegaron a más de 1.000 personas.
“Descubrimos que las noticias falsas eran más novedosas que las verdaderas, lo que sugiere que las personas tenían más probabilidades de compartir información nueva. Mientras que las historias falsas inspiraron miedo, disgusto y sorpresa en las respuestas, las historias verdaderas inspiraron anticipación, tristeza, alegría y confianza. Contrariamente a lo que se piensa, los robots aceleraron la difusión de noticias verdaderas y falsas al mismo ritmo, lo que implica que las noticias falsas se extienden más que las verdaderas porque los humanos, no los robots, tienen más probabilidades de difundirlas”, concluían los autores.
En una crisis sanitaria mundial, la información inexacta no sólo confunde, sino que podría ser una cuestión de vida o muerte si las personas comienzan a tomar medicamentos no probados, ignoran los consejos de salud pública o rechazan una vacuna contra el coronavirus.
Ante las presiones y quizá también sintiéndose responsables de la infoxicación, a mediados de marzo pasado, Facebook, Google, LinkedIn, Microsoft, Reddit, Twitter y YouTube emitieron una declaración conjunta diciendo que estaban trabajando juntos en «combatir el fraude y la desinformación sobre el virus».
Facebook y Google prohibieron por ejemplo los anuncios de «curas milagrosas» o de mascarillas a precio de oro. Y YouTube está promoviendo vídeos «verificados» sobre el coronavirus.
Aun así, no es sencillo contrarrestar las oleadas de rumores y conspiraciones, y si se cierran estas puertas hay otras muchas: Instagram, Telegram, 4chan, WhatsApp, Gab, Tik Tok y los grupos privados dentro de las redes habituales.
La desinformación es preocupante, incide Loreto Corredoira, profesora de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, en la medida en que “cualquier proceso de confusión, de falta de información clara, afecta a las decisiones”. Lo explica a partir del ejemplo de las compras online:
“Muchas estafas se basan en hacer clic en un anuncio fantasma, un producto ‘milagro’, o de que nos fiemos de una cadena de mensajes en WhatsApp que anuncia grandes descuentos, o quizá en un bono-regalo con mucha letra pequeña; metemos nuestra tarjeta de crédito y hecho, hemos picado en el engaño”.
El eficaz señuelo no ha permitido un momento de reflexión. En la sociedad actual
“nos falta tiempo y atención para decidir, para pensar libremente… No es tan grave si de lo que se trata es de elegir el menú del día en TripAdvisor o comprar una canción en Spotify, pero sí cuando lo que está en juego es un voto electoral o un aspecto clave en lo personal”, como evitar un contagio pandémico (Romero, 2019).
06 | Algunas orientaciones
Ante un periodismo profesional cada vez más empobrecido y desbordado por las redes sociales, ¿qué hacer entonces para distinguir el grano de la cizaña?
Laura Cuesta Cano, profesora de Comunicación en la Universidad Camilo José Cela, de Madrid, proporcionaba en The Conversation algunos consejos:
“Acudir a fuentes fiables, profesionales u oficiales, contrastando las noticias o informaciones, ya sea en diferentes medios o canales o con otras personas con las que podamos conversar o debatir estos temas; no difundir cadenas de mensajes, fotos o vídeos que recibamos si no estamos seguros de que son verdad (así es como se viralizan los bulos); no hacer likes compulsivos o retuits a noticias muy llamativas sobre temas de actualidad en redes sociales sin haber leído sobre ello antes y, sobre todo, para estas nuevas generaciones, deben aprender un poco más de Santo Tomás y, sin tener que meter el dedo en ninguna llaga, no creer lo primero que les aparezca al hacer scroll en Instagram”.
Por su parte la International Federation of Library Associations and Institutions (IFLA), difundió unos sencillos consejos para no enredarse en las fake news:
- Estudie la fuente. Investigue más allá: el sitio web, objetivo e información de contacto.
- Lea más allá. Un titular impactante puede querer captar su atención. ¿Cuál es la historia completa?
- ¿Quién es el autor? Haga una búsqueda rápida sobre el autor. ¿Es fiable? ¿Es real?
- Fuentes adicionales. Haga clic en los enlaces y compruebe que haya datos que avalen la información.
- Compruebe la fecha. Publicar viejas noticias no significa que sean relevantes para hechos actuales.
- ¿Es una broma? Si es muy extravagante puede ser una sátira. Investigue el sitio web y el autor.
- Considere su sesgo. Tenga en cuenta que sus creencias podrían alterar su opinión.
- Pregunte al experto. Consulte a un especialista o una web de verificación.
En definitiva, alentar un sano espíritu crítico, elegir con prudencia las fuentes y aplicar el sentido común, esa combinación equilibrada de formación, reflexión e intelecto.
Bibliografía
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