A la hora de buscar en la teología bíblica algunas claves que permitan vivir sanamente la vulnerabilidad, el itinerario vital del profeta Jeremías representa un icono luminoso que permite descubrir cómo de una existencia, en apariencia sombría envuelta en conflictos, puede surgir una fuerza luminosa de humanización.
La autora se centra en las posibilidades y caminos que el Concilio Vaticano II abrió, y pone de relieve algunas oportunidades y límites en el quehacer bioético. El Concilio supuso una aportación indispensable al universo ético que debe proveer a la bioética para realizar su cometido.