Cuando se pronuncia o se dice el nombre de Dios, también se habla de su identidad. En el Antiguo Testamento Dios tiene muchos nombres para llamarse Yahvé o Elohim, o El Shaddai, o Él o el Señor. De todos los nombres de Dios que hay, el autor elige uno que, para él tal vez sea el que de forma más bella explique la identidad de Dios. Es el término Yahvé. Y nos recuera que la pronunciación correcta en lengua antigua
es Yahvé, nunca es Jehová. Jehová es un artificio literario.
El autor quiere introducirnos en un recorrido etimológico de la palabra cuidar que resultaría muy difícil y opta por presentarnos el Dios que cuida y pide cuidar. Algunos hablan no tanto del Dios Todopoderoso sino del Dios Todocuidadoso.
Como discípulas y discípulos de Jesús caminamos con otras y otros hacia la vida en plenitud, a través de un proceso histórico, que ante la vida amenazada, pasa por el grito y el dolor, y encuentra respuesta en la confianza en Dios.
Todos sufrimos. El sufrimiento es consustancial a la persona. Somos finitos, pero también llamados a la infinitud. Dios no nos evita el sufrimiento, sino que lo transforma y trasciende.