La pastoral de la muerte y el duelo en tiempo de pandemia.
César Cid Gil
Diácono. Counsellor en Duelo y Atención Espiritual al final de la Vida. Clínica Hestia, Madrid. Tanatorios M-30 y Sur de Madrid.
Autor de “Mientras vivías. Historias de acompañamiento al final de la vida” (Kolima Books 2017) y “Acompañar el final. Prosa para una muerte serena” (BAC 2019).
01 | Morir hoy
Expulsada del entorno directo, la muerte se oculta tras la enfermedad y deja de ser un problema humano de carácter religioso para ser un hecho puramente biológico. El proceso se acorta y se abarata, con la sana intención de pasarlo cuanto antes y volver a retomar el mundo de los vivos.
Quizás, el desconcierto sea el sentimiento dominante de todos los que afloran, que agrupa especialmente al miedo y a la impotencia. En la actualidad la sociedad no ha descubierto una acción sustitutiva de la religiosidad, que considera anacrónica, para enfrentarse a las consecuencias de la muerte.
La cultura actual no sabe qué hacer con la muerte y cómo gestionar sus consecuencias. La actitud frecuente es retrasar su llegada y ocultarla cuando acontece. Afrontar además la muerte propia, es un ejercicio que compromete a todas las dimensiones de la persona y dependerá de las circunstancias particulares de cada uno.
02 | COVID-19
La situación de pandemia que vivimos ha añadido dos elementos nuevos al dolor por la pérdida: el aislamiento del cadáver y la suspensión de todo rito y/o ceremonia de despedida. Esta medida preventiva puede dificultar el procesamiento del duelo en muchos casos, como tarea pendiente necesaria para reconocer la realidad de la pérdida.
En la base de todo está la imposibilidad de despedirse y como consecuencia de ello la incapacidad para retener una imagen de cierre, es decir, la conclusión de un tiempo existencial y el comienzo de otro, nuevo y muy duro.
En el tanatorio suelo priorizar la atención a familias con pérdidas repentinas, situaciones traumáticas y muertes prematuras -observación subjetiva de intención clarificadora para describir fallecimientos de niños, jóvenes y personas de mediana edad-, para ofrecerles la escucha y el counsellor, así como cualquier ayuda posible ante el impacto de la muerte. Sin embargo, durante la pandemia, el sufrimiento por la pérdida se ha transformado incrementándose y sin poder aplicarle alguna de estas medidas debido a las restricciones para las relaciones interpersonales derivadas de la pandemia y la exigencia de distanciamiento social.
03 | María
María -nombre ficticio- me permitió acompañarla en la sala velatorio porque no quería dejar a su hermana del alma, ni un minuto: “tengo que aprovechar el poco tiempo que me queda para estar a su lado”, me dijo. Inicié con ella una conversación sencilla para desbloquear el tono del diálogo. Su hermana del alma, amiga y compañera, yacía a nuestro lado (tras el cristal del túmulo) víctima De la COVID con 45 años. Sentí que María tenía muchas cosas que decirle.
Compruebo a diario que estas situaciones generan sentimientos de culpa e indefensión. Le propuse que pusiese en orden su corazón en ese momento hablándole a su hermana, de la misma manera que lo hacía mientras la cuidaba en el hospital, hasta que se limitaron las visitas.
Esto, que puede parecer una locura porque el duelo no ha empezado, no lo es tanto. No se trata de espiritualizar al cadáver fomentando alucinosis ni de teatralizar una situación absurda como recurso terapéutico. No. Resulta que no es necesaria una respuesta para ofrecer amor a otro y, de hecho, ni siquiera él (el ser amado) tiene que darse por enterado.
Incumbe al que ama abrirse al amor y no lo hace para esperar resultados. El proceso es sanador y restituye la relación con el que murió.
Claro que, acompañarlo y facilitarlo, requiere paciencia y ciertas habilidades. María volvió a llorar mientras agradecía a su hermana tanta vida regalada. Ello le facilitó una apertura interior que le permitió perdonarse y sentir el amor de su hermana querida como nunca.
El dolor más insoportable puede llevarnos a un momento de amor inconmensurable, que transforme el drama de la vida en una ocasión para crecer.
Para ello es bueno utilizar cualquier recurso, siempre que no favorezca el anclaje entre muertos y vivos. Conviene celebrar el amor experimentado durante el tiempo que vivió, sin alimentar pensamientos mágicos al respecto y expresar claramente la despedida como algo definitivo. La experiencia del amor y la presencia de Dios siguen siendo las herramientas más hermosas para expresar cierta esperanza, entre tanto dolor incontrolado.