Si como dijo Pierluigi Marchesi allá por 1981, “humanizar un hospital, un centro de salud, es impedir que se pase de largo junto al hombre, impedir la inhumana división entre persona y enfermedad”.
Si en algunos momentos se ha contrapuesto la humanización con la técnica, cuando no es esta una buena aproximación porque una humanización sin técnica, no es tal humanización ya que, la humanización, como acción de humanizar, no la podemos mirar sólo por planos horizontales; ha de orientarse también de manera vertical con un movimiento ascendente-descendente-ascendente; o de otra manera, humanización “es la asunción de los constitutivos más débiles del hombre que son los que aproximan a la realidad del mismo, para descubrir, de manera intermitente, los elementos constitutivos de otros niveles humanos que integran su dignidad” (Plumed, C. 1999; 2024).
Una institución, un lugar, se dice están humanizados, cuando en ellos actúan personas humanizadas y, en consecuencia, se palpan las siguientes pautas:
- Hay transparencia y apertura, hay clara distinción de jerarquía y niveles de autoridad con unas vías definidas de comunicación fluidas: cada cual sabe lo que tiene que hacer.
- Se cree y practica el trabajo en equipo: hay confianza mutua.
- Hay inquietud por llevar a cabo una digna formación continuada a todos los niveles para mantener la disponibilidad para el encuentro con el enfermo, con los familiares, con los compañeros de trabajo.
Una cultura de la humanización sabe y aprecia lo relativo a la ciencia, y sabe que más allá de los descubrimientos, de los avances en el campo de la medicina, de la física, de la química, están las reacciones psíquicas del enfermo, su angustia y sufrimiento. Una cultura de la humanización se mueve en la civilización del amor, porque:
- Las máquinas pueden realizar grandes cosas, pero nunca comprender el sufrimiento del enfermo, sus tensiones, o sus emociones.
- Se ha de considerar el impacto que tiene en los usuarios, los grandes avances científicos y tecnológicos actuales.
- Se corre el riesgo de servirse de los aparatos para velar mejor al enfermo, ¿o de atender más a la máquina que al paciente mismo…
- Estamos en un momento de riesgo de ponernos en mano de la llamada Inteligencia Artificial (IA) e incuso de considerarla como dios.
Humanizar es comprender al hombre en su totalidad, de forma puramente holística. Y esto solo es posible si caminamos hacia el encuentro del ser humano desde lo hondo: escuchando, conociendo, reconociendo sus problemas, sus esperanzas, sus dificultades, su historia. Pero el encuentro es posible en reciprocidad. Nos humanizamos para humanizar. Y esto solo se puede conseguir si asumimos la valentía de reconocer nuestra propia historia también llena de soledad, fracasos, dificultades, esperanzas…
Solo desde ahí, renovándonos en profundidad, podemos redescubrir nuestros propios valores y los de los demás, reconociendo que toda persona es portadora de unos valores que la constituyen en sagrada.
“En este cambio de época en el que vivimos –nos dice el Papa Francisco-, nosotros los cristianos estamos especialmente llamados a hacer nuestra la mirada compasiva de Jesús. Cuidemos a quienes sufren y están solos, e incluso marginados y descartados. Con el amor recíproco que Cristo Señor nos da en la oración, sobre todo en la Eucaristía, sanemos las heridas de la soledad y del aislamiento. Cooperemos así a contrarrestar la cultura del individualismo, de la indiferencia, del descarte, y hagamos crecer la cultura de la ternura y de la compasión”.
Hemos sido creados para estar juntos, no solos. Y es precisamente porque este proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana. Y lo es aún más en tiempos de fragilidad, incertidumbre e inseguridad, provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave.
El abandono de las personas frágiles y su soledad también se agravan por el hecho de reducir los cuidados únicamente a servicios de salud, sin que éstos vayan acompañados por una “alianza terapéutica” entre médico, enfermo y familiares.
En la trama conceptual que envuelve la dignidad humana, en esta edición de Labor Hospitalaria hacemos una reflexión detallada sobre el principio de «Dignidad en el Trato». Desde la idea de ser tratado dignamente hasta la pregunta crucial sobre la dignidad del destinatario o del propio trato, se desentrañan capas complejas de esta noción esencial. La vulnerabilidad se presenta como inherente a la condición humana, y se plantean preguntas sobre su impacto en la dignidad. Reconocer y abrazar la vulnerabilidad como parte inherente de la condición humana hace que la dignidad surja como un faro guía en todas las interacciones, apuntando hacia una sociedad más compasiva y justa.
La vida está hecha de experiencias que van transformando a la persona constantemente, expuesta a estímulos y vicisitudes que provocan una continua adaptación y que le muestra su propia vulnerabilidad. La interconexión global, los avances científico-técnicos, los movimientos migratorios y la heterogeneidad cultural engendran un mundo incierto e inestable. La clave tal vez está en el cuidado de la dimensión espiritual que se muestra como necesidad que atender y cuidar, pero también como fuente permanente de recursos para enfrentarse a las dificultades venideras.
Por supuesto, la genuina humanización entronca con todos los principios bioéticos, pero especialmente con los de autonomía y vulnerabilidad. ¿Cómo conseguir respetar la autonomía cuando hemos restringido ésta mediante una sentencia condenatoria? La clave reside en seguir considerando persona (“prójimo”) a aquella que ha cometido un acto que la sociedad ha considerado censurable.
Todos podemos hacer algo para ayudar y acompañar el sufrimiento de los demás. Podríamos definir la relación de ayuda diciendo que es aquella en la que uno de los participantes intenta hacer surgir en una o en ambas partes, una mejor apreciación y expresión de los recursos latentes del individuo y un uso más racional de estos.
Nos dice Viktor Frankl que el concepto de desesperanza surge del sufrimiento sin propósito. Cuando somos capaces de dar un sentido a nuestro sufrimiento, este disminuye e incluso pueda actuar como un vector de cambio en nuestra vivencia personal. Ayudar a una persona a situarse ante el sufrimiento, es sin duda uno de los ejes fundamentales de la humanización.
El marco legal que sustenta algunos programas públicos de acogida a personas migrantes y refugiadas, y que la Orden a través de numerosos centros gestiona, cumple escrupulosamente con la legislación vigente, aunque en no pocas ocasiones genera dilemas éticos cuando lo analizamos bajo el prisma de principio de hospitalidad. Nuestro compromiso con las personas nos exige seguramente ir más allá de lo estrictamente financiado.
La Inteligencia Artificial tiene el potencial de mejorar la salud, la eficiencia laboral y las conexiones humanas, pero también puede reproducir perjuicios y prejuicios amenazando derechos fundamentales. Igualmente, la seguridad de los datos, la transparencia, la diversidad y la responsabilidad son aspectos clave de la ética en la Inteligencia Artificial que habrán de ser salvaguardados con especial interés. Precisamos introducir un enfoque de humanización, en el empleo de estas herramientas, para que no nos conduzca sin remedio a eliminar a la persona y su dignidad en el desempeño de nuestras tareas asistenciales.
En este mundo tan tecnológicamente cambiante en el que la ingeniería ocupa un rol predominante en el desarrollo de la humanidad, nos encontramos ante un nuevo paradigma que, si bien no viene a sustituir al pensamiento y raciocinio humano, sí que viene a transformar el cómo habremos de enfrentar los problemas a los que debamos buscar solución: la Inteligencia Artificial (IA)
Se nos ha enseñado desde nuestra infancia aquello de “hacer el bien con el sufrimiento y hacer el bien al que sufre”. Pero existe un desacuerdo radical, respecto a la capacidad humanizadora del dolor y el sufrimiento. No obstante, hay personas que abogamos por las posibilidades de humanizar el dolor y el sufrimiento, siempre y cuando ambos resulten inevitables. Y ahí se puede encontrar la labor que se persigue, desde una pastoral integrada dentro de los equipos asistenciales y terapéuticos. Por lo tanto, es posible todavía: el alivio, como antídoto del dolor; el consuelo, como acicate y vehículo del sufrimiento; y la comprensión poética y sapiencial del dolor: la comprensión pastoral del dolor y del sufrimiento.
Estamos en una sociedad que ha heredado las doctrinas de otras culturas anteriores generalmente dualistas y, la presente, no deja de ser también dualista en la concepción del hombre. Por eso continuamos el debate entre: el bien y el mal; la cara oculta y la de la luz; el yin y el yang; el cuerpo y el alma; la psique y el soma; el sí y el no; el bueno y el malo; masculino y femenino (aunque los/as más atrevidos/as abogan por el neutro, o hermafroditismo-narcisista tipo Raine Maria Rilke); vida y muerte…
Se nos urge a ser escaparate de la misericordia: misericordia-humanización-encarnación. Dios se revela como misericordia. San Juan de Dios como maestro en humanización: la misericordia se inclina (se agacha) hacia la miseria (la limitación) y la revaloriza en la igualdad con reconciliación y perdón. Lo que más nos espolea de nuestro adormecimiento es que la misericordia no es una mirada compasiva al mal, sino la revalorización y promoción de la extracción del bien de todas las formas del mal existente. Porque donde hay una sombra se deduce una luz.
“Los que sufren, no son los cuerpos; son las personas” (Eric Cassell). Y es cuanto nos importa, considerar la centralidad de la persona y su dignidad. En el contexto en que nos movemos en Labor Hospitalaria y, desde diferentes ángulos, estas reflexiones nos pueden ayudar, personal y profesionalmente a saber acompañar a las personas que experimentan el sufrimiento en sus diferentes facetas y teniendo en cuenta que tratamos el sufrimiento integralmente. Somos abanderados de la Hospitalidad-Humanización que está en el corazón del que acoge y acompaña.
Calixto Plumed Moreno O.H.
Director LH