el modo de acompañar de Dios
Jose Antonio Badiola Saenz de Ugarte
Profesor de Nuevo Testamento. Facultad de Teología. Vitoria.
El autor quiere introducirnos en un recorrido etimológico de la palabra cuidar que resultaría muy difícil y opta por presentarnos el Dios que cuida y pide cuidar. Algunos hablan no tanto del Dios Todopoderoso sino del Dios Todocuidadoso, porque este término no evita el poder de Dios en la Creación y sobre todas las cosas, pero lo sitúa adecuadamente en la órbita de la protección y el amparo, del cuidado del mundo y de quienes lo habitamos.
El autor se centra en tres iconos bíblicos del Antiguo Testamento (AT) para presentar la imagen del Dios que cuida, y que, en la parábola de San Lucas del buen Samaritano, se fundamenta en el argumento del Dios que cuida y manda cuidar. Los iconos veterotestamentarios son el Dios viñador, el Dios pastor y el Dios progenitor, en un crescendo que va de las cosas a las personas. Lo que permite añadir que el cuidado y el acompañamiento están en la raíz y en el corazón del modo con que Dios se manifiesta.
Palabras clave: Cuidar, Dios, Samaritano, Acompañar.
Author draws from an etymological view of the word “care” to present us the God who cares and asks us to care. Some talk about the Allcareful God instead of the Almighty God. This term does not avoid God’s creation power, but puts him in the correct orbit of protection, world’s care and the care of those who live on it.
Author’s basis are three Biblic icons from the Old Testament: The vinedresser God, the shepherd God and the progenitor God, in a crescendo from things to people. Through them, the image of a God who cares is presented, as it was in Saint Luke’s parable of the Good Samaritan: the God who cares and directs us to care. According to this, care and accompaniment are in the roots of God’s way of manifestation.
Key words: Care, God, Samaritan, Accompany.
01 | Una humanidad hermanada en dignidad
En el diccionario de la RAE, el verbo cuidar, que procede del latín cogitāre, pensar, tiene 5 acepciones:
- Poner diligencia, atención y solicitud en la ejecución de algo.
- Asistir, guardar, conservar.
- Discurrir, pensar.
- Mirar por la propia salud, darse buena vida.
- Vivir con advertencia respecto de algo. Los dos primeros significados, y sobre todo el segundo, encajan a la perfección en la temática del presente encuentro.
Una mirada a la Biblia para encontrar fundamento a la “Teología del cuidado” nos lleva a rastrear palabras e imágenes. Sin duda, el mejor texto que aúna esos dos elementos es la archiconocida parábola llamada del “Buen samaritano”. En ella aparece por dos veces el verbo “cuidar” (epimeléomai), que forma parte del escaso vocabulario bíblico del cuidado con esa terminología.
Pero la terminología bíblica, tanto en hebreo como en griego, es muy variada y prácticamente abarca todos los significados posibles del verbo castellano. A la variedad, hay que sumar el hecho de que no siempre la traducción griega de la LXX es unánime en traducir coherentemente con un mismo término griego el antecedente hebreo.
Por ejemplo, el muy interesante verbo šämar, con el que empieza el vocabulario bíblico del cuidado (Gén 2,15: “Y tomó YHWH Dios al ser humano y lo puso en el huerto de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara”) aparece casi 500 veces en la Biblia hebrea, pero está traducido en la Biblia griega con diversos y numerosos términos, como fylássō, diafylássō, diatēréō, proséchō, eisakoúō, aphanízō, eulabéomai, etc… Otro tanto ocurre con el verbo näcar (Dt 32,10: “En tierra desierta lo encuentra, en la soledad rugiente de la estepa. Y lo envuelve, lo sustenta, lo cuida como a la niña de sus ojos”), que en sus más de 60 recurrencias en la Biblia hebrea, es traducido por diatēréō, diafylássō, fylássō, kolláomai, periéchō, etc…
Por lo demás, y a brocha gorda, estos dos verbos pronto son utilizados de manera masiva para expresar la actitud religiosa de “guardar los mandamientos”, en múltiples expresiones concomitantes que recorren toda la Biblia hebrea y griega, tanto en el Pentateuco como en los libros históricos, proféticos y sapienciales.
El recorrido terminológico sería, pues, demasiado complicado y abstruso para un escrito como éste, sujeto a limitación de espacio e interesado en una presentación más visual del Dios que cuida y pide cuidar.
Algunos hablan no tanto del Dios Todopoderoso sino del Dios Todocuidadoso, porque este término no evita el poder de Dios en la Creación y sobre todas las cosas, pero lo sitúa adecuadamente en la órbita de la protección y el amparo, del cuidado del mundo y de quienes lo habitamos.
Nos centramos en tres iconos bíblicos del Antiguo Testamento (AT) para presentar la imagen del Dios que cuida, y que, en la parábola de San Lucas del buen Samaritano, se fundamenta en el argumento del Dios que cuida y manda cuidar. Los iconos veterotestamentarios son el Dios viñador, el Dios pastor y el Dios progenitor, en un crescendo que va de las cosas a las personas.
Lo que permite añadir que el cuidado y el acompañamiento están en la raíz y en el corazón del modo con que Dios se manifiesta.
01 | El Dios viñador
Para este gráfico icono divino recurro al conocido texto de Is 5,1-71:
“Voy a cantar a mi amigo la canción de mi amado por su viña:
Una viña tenía mi amigo en un fértil otero.
La cavó y la despedregó, y la plantó de cepa exquisita.
Edificó una torre en medio de ella y también excavó en ella un lagar.
Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.
Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, juzgad entre mí y mi viña: ¿Qué más cabía hacer por mi viña, que yo no lo haya hecho?
¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?
Ahora, pues, os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitaré su valla, y será quemada; derruiré su cerca, y será pisoteada.
Y haré que quede desolada y no será podada ni escardada; y crecerán zarzas y cardos; y a las nubes prohibiré que lluevan sobre ella.
Porque la viña de YHWH Sebaot es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío delicioso.
Él esperaba equidad (mišPä†), y he aquí derramamiento de sangre (miSPäH); justicia (cüdäqäh), y he aquí alarido (cü`äqäh)”.
Este precioso pero trágico poema relata líricamente el fracaso que Dios tuvo con su pueblo.
Para ello se vale de la metáfora del viñador que se ocupa de la viña, cuidándola y preparándola para que pueda dar su mejor fruto. La descripción de acciones del v. 2 (cavar, quitar piedras, plantar cepas buenas, edificar una torre y excavar un lagar) no agota las que realizó el viñador, como señala, a sensu contrario, el v. 5 (vallar, hacer un muro) y sugiere el v. 6 (podar, escardar, regar). En total, pues, son 10 acciones, afirmadas o sugeridas, que el viñador ha realizado en su viña. Todas ellas muestran la solicitud del viñador por la viña, el cuidado extremo que pone para que ella pueda dar de sí lo que está llamada a dar. El cuidado del viñador ha preparado todo para que la viña produzca un fruto digno y deseado.
Pero el poema se inserta en una historia de infidelidad y de fracaso, entendido este como consecuencia necesaria de la primera. El Dios que cuida, esforzada y esmeradamente, a su pueblo para que camine en la justicia se encuentra con todo lo contrario. Y aquí el texto nos ofrece una paradoja sorprendente:
“¿Qué espera el lector?: que a los trabajos de él por ella respondan los favores de ella a él; amor con amor se paga. ¿Qué dice el ‘yo’ del poema?: que en pago de sus trabajos buscaba que ella practicase la justicia. Apurando la paradoja, para hacerla más patente: el amante no busca que lo amen a él, sino que amen a otro, al prójimo. Y en términos teológicos: Dios busca, con sus trabajos de amor, que el israelita respete y ame al prójimo”.
El Dios que cuida quiere que su pueblo, objeto de su amor, cuide; pero este cuidado se opera dentro de la categoría de justicia y derecho. Sin embargo, es fácil equivocar el camino: la elocuente figura estilística de la paronomasia, presente al final de este cántico devenido en querella (equidad: mišPä† vs. derramamiento de sangre: miSPäH; justicia: cüdäqäh vs. alarido: cü`äqäh) advierte de la cercanía de los contrarios y, por tanto, de la fina línea que separa una vida cuidadosa de otra descuidada.
Cuando el evangelista Juan retome esta poderosa metáfora de la viña en Jn 15, la justicia y el derecho serán renombrados con el término “amor”, el fruto deseado por Dios, que nace de permanecer en la vid que es el Señor Jesús. El Padre es el viñador y Jesús, la vid verdadera (v. 1); Jesús ama a los suyos como el Padre le ama a él (v. 9); los suyos deben, en consecuencia, amarse unos a otros (v. 12).
02 | El Dios pastor
Otro recurrente icono bíblico de Dios es el de pastor, el pastor de Israel que guía a José como a un rebaño (cf. Sal 80,1). También el pastoreo conlleva cuidado, esfuerzo, esmero, dedicación, protección y amparo… La imagen está muy presente en los Salmos y en Ezequiel, de donde tomaré el texto de referencia: Ez 34,11-161:
“Porque así dice mi Señor YHWH: ‘He aquí que yo mismo buscaré mi rebaño y velaré por él.
Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas y las libraré sacándolas de todos los lugares por donde se habían dispersado un día de oscuridad y nubarrones.
Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países y las llevaré de nuevo a su suelo.
Las apacentaré por los montes de Israel, por las cañadas y por todos los poblados de esta tierra.
Las apacentaré en ricos pastizales, y tendrán sus prados en los montes más altos de Israel; allí se recostarán en fértiles dehesas y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel.
Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo mismo las llevaré a reposar -oráculo de mi Señor YHWH-.
Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; y a las gordas y robustas custodiaré y las apacentaré con justicia’”.
Si el poema de la viña relataba el fracaso que Dios tuvo con su pueblo, este texto hermoso de Ezequiel narra la intervención de Dios en persona, debida al fracaso de los dirigentes del pueblo de Israel. Como en todas las civilizaciones antiguas, de las que la Biblia es en parte deudora, la imagen del pastor es aplicada asiduamente a los jefes del pueblo, en particular al rey (cf. Salmo 78) y también a Dios (cf. Salmo 23; 80)2. La primera parte de Ezequiel 34 es una severa advertencia que el profeta debe lanzar contra los pastores de Israel de parte de Dios. Ellos no cuidan del rebaño, sino de sí mismos (cf. vv. 2.8.10), se aprovechan de las ovejas y las usan para provecho propio (cf. vv. 3a.10), no las atienden en sus necesidades (cf. vv. 3b-4), las dejan en una situación desesperada, expuestas a peligros y amenazas (cf. vv. 5-6.8).
En ese contexto de descuido generalizado, Dios mismo se hace pastor (cf. v. 11). Un pastor realmente cuidadoso y esmerado: el texto encadena una serie de 12 verbos diferentes, en la que el verbo “apacentar” aparece 4 veces; “velar”, 3 veces; “buscar” y “sacar” en/de la situación de dispersión y descarrío, 2 veces cada uno. Además, recurren los verbos “librar”, “congregar”, “llevar” (a buena tierra), “llevar a reposar”, “recoger”, “vendar”, “curar” y “custodiar”.
El capítulo, que comenzaba con “un Ay de amenaza concluye realmente en una promesa de salvación”. Dios mismo se empeña en una labor de pastoreo que cuida primorosamente de las ovejas en una labor de protección y amparo, de seguridad y mimo, que se propone como modelo para la atención debida a los demás. Los otros son, en expresión fuertemente remarcada por el oráculo divino en el texto, “mis ovejas”, “mi rebaño”, lo que confiere una responsabilidad especial a quien, desde la fe en Dios, afronta la realidad humana en su estado de necesidad (dispersión, abandono, opresión, sufrimiento).
En efecto, la segunda parte del capítulo ya no se refiere a los pastores malvados (los dirigentes del pueblo, sus opresores), sino a “carneros y machos cabríos” (v. 17b), miembros del rebaño -como las propias ovejas a las que habla Dios- que, sin embargo, tienen un comportamiento abusivo, aprovechándose de su posición de fuerza para comer los mejores pastos, enturbiar el agua del abrevadero una vez que han bebido y embestir y acornear a las ovejas más débiles (cf. vv. 18-21).
Esta repetida situación -ahora interna- del rebaño, en la que con un lenguaje impactante y enormemente gráfico (4 veces recurren las “pezuñas”) se indica que los miembros más fuertes no cuidan a los más débiles sino que abusan de ellos, originará una nueva intervención salvífica de Dios (cf. v. 22) y la designación divina de un pastor de garantía, David (cf. vv. 23-24; Sal 78,70-72).
En definitiva, el capítulo nos presenta una dicotomía de descuido vs. cuidado. El primero, ejercido por los dirigentes y los fuertes, está en frontal oposición a la actitud y comportamiento de Dios y de las personas que son verdaderamente de Dios (David).
Por otra parte, mientras que la figura de Dios como viñador nos presenta una serie de acciones tendentes a capacitar a la viña a dar su fruto, es decir, una intervención positiva en la vida de las personas que potencia sus capacidades, virtualidades y posibilidades, permitiendo que lleguen a dar de sí todo lo que pueden dar de sí, la imagen del pastor nos presenta una cadena de acciones más de tipo asistencial, reparando los negativos efectos que la inacción y el abuso de dirigentes, los “grandes” y los “fuertes” hacen sufrir a las ovejas, a los pequeños y los débiles.
El cuidado de Dios a su pueblo tiene, pues, esta doble vertiente de capacitación y reparación.
03 | El Dios progenitor
Sin ser del todo nueva en el imaginario religioso judío, la imagen de Dios como Padre es realmente escasa en el AT hebreo: de las 1212 recurrencias del término ´áb (“padre”), apenas en una docena Dios es designado como tal.
Es “padre” del pueblo de Israel: así lo presenta Moisés en su severo cántico-amonestación de Deuteronomio 32 (Dt 32,6); así también lo hace David en su acción de gracias ante la asamblea de Israel (1Crón 29,10); y así lo proclama tres veces Isaías en su meditación sobre la historia de Israel en Isaías 63-64 (Is 63,16.16; 64,7: “Tú, YHWH, eres nuestro padre”).
“Padre mío” osa llamarle un infiel Israel, aunque le haga poca gracia al Señor (Jer 3,4), que tenía prevista esa paternidad sobre el apóstata Israel (Jer 3,19). Finalmente, las promesas de restauración de su pueblo en el libro de la Consolación de Jeremías (Jeremías 30-31) volverán a rehacer esa paternidad de Dios (Jer 31,9).
Es “padre” de David: así se lo dice al rey el profeta Natán de parte de YHWH (2Sam 7,14 y 1Crón 17,13) y el salmista pone en boca de David esta invocación a Dios: “Padre mío, mi Dios, mi roca salvadora” (Sal 89,27). Es “padre” de Salomón: así se lo dice, por orden de YHWH, David a su hijo (1Crón 22,10; repetido en 1Crón 28,6).
“Padre de huérfanos y tutor de viudas” lo proclama el salmista (Sal 68,6) y el propio Dios espeta a los sacerdotes que menosprecian su Nombre: “Si yo soy padre, ¿dónde está mi honra?” (Mal 1,6).
En este erial de la paternidad de Dios (en el AT un título sobredimensionado de Dios es el de “Dios de los padres”, que pasará a ser “Dios Padre” en el NT, sobre todo en los evangelios de Mateo y de Juan), emerge más llamativa todavía la figura del Dios progenitor, con la doble imagen de madre y padre.
Escribe Isaías (Is 49,14-16a):
“Decía Sión: ‘Me ha abandonado YHWH, mi Señor me ha olvidado’.
— ‘¿Puede una mujer olvidar a su criatura, no compadecerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque ellas se olviden, yo no te olvidaré.
Mira, en la palma de mis manos te llevo tatuada…’”.
El texto desborda ternura: al llanto de Sión que se siente abandonada por Dios, responde este con un argumento a minore ad maius: si una madre humana no puede olvidar al hijo de sus entrañas, ¡cuánto menos lo hará Dios!; si una madre humana muestra toda su ternura compasiva a su criatura, ¡cuánto más lo hará Dios! Y antes de pasar a otras imágenes de construcción, la impactante imagen del pueblo de Israel tatuado en las palmas de Dios, es decir, en el ámbito de la caricia y el cuidado.
Es también elocuente el recorrido del verbo “olvidar” (šäkaH), cuatro veces repetido y tres de ellas en el v. 15: acción de Dios afirmada por humanos – pregunta retórica de Dios – posible acción humana afirmada por Dios – acción de Dios negada por Dios. La acción de “olvidar”, que puede ser sinónimo de “descuidar”, es negada rotundamente por Dios, poniendo en valor su antónimo, justamente el cuidado esmerado y materno de Dios por Sión, por su pueblo.
Escribe Oseas (Os 11,1-4)
“Cuando Israel era niño lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo.
Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí:
ofrecían sacrificios a los baales y quemaban incienso a los ídolos.
Pero yo enseñé a andar a Efraím y lo llevé en mis brazos,
sin embargo, ellos no comprendieron que los cuidaba.
Con cuerdas de humanidad los atraía, con lazos de amor.
Fui para ellos como quien alza una criatura a las mejillas
[lit.: como quien alza el yugo de sobre sus quijadas],
me inclinaba sobre ellos y les daba de comer”.
Como en el caso de Isaías, el texto de Oseas, conmovedor en extremo, viene motivado por otro fracaso de Dios con su pueblo, que no deja sus veleidades idolátricas (baales e ídolos, v. 2), a pesar de haber experimentado toda la portentosa acción liberadora de su Dios (poéticamente expresada en la llamada desde Egipto, v. 1). Si las injusticias de Israel provocan el icono de Dios viñador, su infidelidad ocasiona otra poderosa imagen: la del Dios progenitor, padre del pueblo (v. 1).
Y como tal actúa: lo ama (v. 1), le enseña a andar (v. 3), lo lleva en brazos (v. 3), lo cuida (verbo räpä´, también “sanar”, v. 4), lo alimenta (v. 4). El amor de Dios, aquí paternal, constituye un hermoso paralelo al amor conyugal de Dios que había aparecido en el capítulo 2, complementándose perfectamente2. A la infidelidad del pueblo, Dios responde ahora con amor paternal, como en la imagen del pueblo como esposa infiel, Dios respondía con amor conyugal. Hay que notar que el primer verbo presente en el texto original es “amar” (´ähab); por tanto, desde el amor paterno surgen todas las demás acciones que expresan educación, protección, cuidado/curación del v. 3. Las “cuerdas de humanidad”, en paralelo a los “lazos de amor”, del v. 4, pueden suponer una expresiva contraposición a la situación del pueblo en Egipto, bajo régimen de esclavitud y opresión, un trato más animal que humano. Es el amor paterno de Dios, y no la violenta opresión de los grandes, el que conduce la vida del niño, del pueblo.
Y la expresión “levantar el yugo” es una fórmula de liberación, también presente en otros textos proféticos3, que la traducción de Alonso Schöckel convierte en expresión de cariño afectuoso (“alzar una criatura a las mejillas”).
El desarrollo del texto enfatizará esta imagen protectora y cuidadora de Dios, porque el destino de castigo merecido del pueblo, reacio a convertirse (cf. v. 5), no llegará a ejecutarse (vv. 8-9: “¿Cómo voy a dejarte, Efraím; cómo entregarte a ti, Israel? … Me da un vuelco el corazón, y a la vez se me conmueven mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím; que soy Dios y no hombre; el Santo en medio de ti y no enemigo devastador”).
04 | El Dios samaritano
Habíamos comenzado diciendo que el texto por excelencia donde palabra e imagen se acompañan es la parábola del (Buen) Samaritano. Un texto realmente excepcional, primero porque solo aparece en el evangelio de Lucas y, después, porque tiene una resonancia definitiva del ser de Dios, de Jesús como Mesías y de toda persona que quiere vivir cabalmente la vida. Texto de paradojas e ironías, ofrece a quien se acerca a él un formidable desafío para afrontar la vida, y en ella la fe, desde la compasión y el cuidado de quien se encuentra “mediomuerto” en las cunetas de la historia, los “descartados” de los que tanto habla el Papa Francisco.
Presento una traducción propia del texto evangélico con algunas señales para advertir elementos presentes en el texto, que son especialmente significativos para su comprensión.
Como sabemos, este poliédrico relato solo lo encontramos en Lc 10,25-37:
“Y he aquí que un legista [nomikós] se levantó, tentándolo, diciendo: ‘Maestro, ¿habiendo hecho qué, heredaré vida eterna?’.
Pero él le dijo: ‘¿Qué está escrito en la ley [nómos]? ¿Cómo lees?’.
Pero él, respondiendo, dijo: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo’.
Pero le dijo: ‘Rectamente has respondido. Haz eso y vivirás’.
Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ‘¿Y quién es mi prójimo?’.
Habiendo retomado, Jesús dijo:
“Una persona bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de bandidos que, tras desnudarla y golpearla, se fueron dejándola medio muerta. Pero, por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, viéndola, dio un rodeo. Pero, de igual modo, un levita, pasando por el lugar y viendo, dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino fue junto a ella y, viendo, tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando aceite y vino; pero montándola sobre su propia cabalgadura, la llevó a una posada y la cuidó. Y, al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: ‘Cuida de ella y, lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva’.
¿Quién de estos tres te parece que llegó a ser prójimo de la [persona] que cayó en manos de los bandidos?”.
Pero él dijo: “El que hizo la misericordia con ella”.
Pero le dijo Jesús: “Vete y tú haz lo mismo”.
Hay que comenzar indicando las dos reconvenciones que Jesús hace a un legista interesado en heredar la vida eterna y en conocer a su prójimo. Al legista le preocupa la “vida eterna” (v. 25), pero Jesús le resitúa en “la vida”, sin romperla en vida terrena y vida eterna (v. 28). Es la primera pirueta del relato. Contra el usual método bíblico de la repetición de palabras en las preguntas y en las respuestas, Jesús reconviene al legista para que su preocupación se centre en vivir.
El mandamiento mayor en su doble dirección de amor a Dios y al prójimo está en la base de una vida plena. Todo el relato es, pues, una oferta de vida cabal, oferta sorprendente consolidada en el ejemplo parabólico del samaritano.
La segunda reconvención de Jesús trata sobre el prójimo: al legista le preocupa saber quién es su prójimo (v. 29), y ahí el prójimo es objeto del legista, pero Jesús, en su pregunta final tras la parábola, le reconviene a ser prójimo (v. 36), y entonces el prójimo es sujeto; del “tener prójimo” al “ser prójimo”.
La salida al primer concepto es fácil: alejarse de alguien, y de esa manera uno ya no tiene “próximo”. Es lo que harán el sacerdote y el levita de la parábola. Un simple rodeo hace desaparecer el problema generado por la necesidad del otro. Por el contrario, si uno es prójimo, ya no puede evitar acercarse al necesitado, porque en su proximidad a él estriba su propia identidad y existencia. Vivir, vivir cabalmente, es entonces acercamiento al necesitado, proximidad a él.
Esta idea queda confirmada, narrativamente, en la parábola. La vida narrativa del personaje “sacerdote” apenas alcanza en el texto original 14 palabras (11 desde su irrupción en el texto), exactamente igual que la del personaje “levita”. En cambio, la vida narrativa del personaje “samaritano” alcanza las 60.
Este personaje “vive”, a nivel narrativo, mucho más que sus compañeros de camino. Es una de las enseñanzas del relato: vive más quien se desvive por los demás, quien atiende y cura las heridas de los asaltados en la vida. La paradoja alcanza el paroxismo cuando vemos que es precisamente la persona mediomuerta la que confiere vida a la que estaba asistiéndola y cuidándola, por lo que la inversión de situaciones, tan característica del evangelio de Lucas, llega aquí a su cénit.
El samaritano cuida (v. 34) y manda cuidar (v. 35), sensu stricto. El cuidado que realiza con la persona malherida es, además, el culmen de una cadena de acciones que comienza con la proximidad física, la mirada solidaria, el sentimiento-ejercicio de compasión, la cercanía material, el vendaje de las heridas, la unción con aceite y vino, la colocación en su cabalgadura y el hospedaje. Finalmente, el cuidado, como corona de toda esa serie de actos de amor.
En la base etimológica del verbo epimeléomai se encuentra la raíz indoeuropea mel, que tiene que ver con la abundancia, de donde el verbo mélō, que significa “estar en el corazón” o “importar”; tras él, el sustantivo deverbativo epimelḗs, “cuidado” y nuestro verbo denominativo epimeléomai, “cuidar”. Podríamos decir que “de la abundancia del corazón hacen las manos”, más que “habla la boca”.
La imagen del samaritano como “tipo” de Jesús, el Señor, ha sido una constante en la exégesis, sobre todo en la antigua y medieval3. Si es así, el título de la ponencia adquiere pleno sentido.
Pero el samaritano se acerca a la persona mediomuerta. Y el verbo “acercarse”, prosérchomai, casi siempre se utiliza en los evangelios para expresar un acercamiento a Jesús, de modo que este podría estar evocado en aquella (cf. Mt 25,31-46). En este sentido, encontraríamos aquí una espléndida resonancia de los cánticos del Siervo Sufriente, particularmente del cuarto (Is 52,13-53,12), tan utilizados en los relatos de la Pasión de Jesús. ¿Qué osadía absurda puede esconder el hecho de que la persona herida cura a su sanador, la mediomuerta da vida al vivo?
Frente a nuestro orden convencional, la figura de la persona asaltada emerge para, desde su derrota aparente, ofrecer el verdadero sentido de la vida a quien la asiste. Cuidar, acompañar, entonces, es entrar en el verdadero sentido de la existencia, que se hace, para ser verdaderamente tal, pro-existencia: vivir es vivir para el otro, vivir en favor del otro.
El característico uso del verbo “tener compasión”, splanchnízomai, en Lc nos da otra clave muy importante. Contrariamente a los 4 usos del verbo en Mc, siempre con Jesús como sujeto, y a los 5 usos en Mt, que también tiene una imagen parabólica de Dios como sujeto del verbo, Lucas utiliza 3 veces este verbo: aquí, en Lc 10,33, cuyo sujeto es el samaritano, como modelo puesto por Jesús al legista para vivir cabalmente la vida; en 7,13, cuyo sujeto es Jesús, que siente compasión por la madre viuda que ha perdido a su hijo; y en 15,20, cuyo sujeto es el padre que acoge con infinita ternura y alegría al hijo que se había ido de casa.
Tres usos, tres sujetos distintos: Dios Padre, el Señor Jesús y toda persona que quiere vivir plena y cabalmente la vida. La compasión es, pues, el hilo de oro que vincula al ser humano con Jesús y con Dios; el estilo propio de Dios, de Jesús y de quien quiera afrontar su existencia desde ellos. Dios samaritano, Jesús samaritano, el ser humano samaritano. El cuidado “se apellida” samaritano y nos diviniza.
05 | Conclusiones
El recorrido bíblico realizado sobre los 4 iconos de Dios nos permite concluir que el cuidado, el acompañmiento, está en la raíz y el corazón del modo con que Dios se manifiesta y ha sido comprendido en la Sagrada Escritura.
a) La imagen del Dios viñador
Esta primera imagen nos habla de los prolegómenos del cuidado. Dios asiste a su pueblo, como el viñador a su viña, capacitándolo para que pueda desarrollar todo lo que está llamado a ser, para que produzca un fruto digno de él. El texto nos habla de esfuerzo y de esmero, de intervenciones que posibilitan desarrollar todas las virtualidades que la viña-pueblo tiene. El cuidado, el acompañamiento de Dios posibilita el ser y lo dinamiza, pero no lo constriñe ni obliga1. Precisamente por eso, se arriesga al fracaso. Y el fracaso en este caso se sustancia en el hecho de que su pueblo, cuidadosamente trabajado por Dios, no llega a vivir la justicia y el derecho en relación a los demás. Dios nos capacita para cuidar, pero no siempre respondemos a esa expectativa divina.
b) La imagen del Dios pastor
Precisamente porque el cuidado (la justicia y el derecho del texto isaiano) no ha sido procurado por los dirigentes del pueblo, sus pastores, ni por los grandes, los machos cabríos, Dios vuelve a intervenir para proponerse como pastor y modelo. La realidad es trágica y la situación de su rebaño, desesperada. Por eso, Dios tomará las riendas del cuidado de su rebaño. Ahora el cuidado, el acompañamiento de Dios repara, asiste, protege y restaura lo que el descuido de dirigentes y grandes ha estropeado.
Esta poderosa y consistente acción de Dios, bajo la imagen del pastor, se propone como modelo y exigencia para quien cree en Él y manifiesta ser seguidor suyo.
c) La imagen del Dios progenitor
La doble imagen profética de Dios Padre y Madre nos indica la labor de educación y acompañamiento que Dios realiza con su pueblo, con todos nosotros, de modo que estamos siendo hechos “a su imagen y semejanza”. En consecuencia, los que decimos ser “de Dios” tenemos el reto de continuar con el trazado protector que Dios hace con nosotros. “De tal palo, tal astilla”, dice el refranero, expresión de la sabiduría popular; “mirad la roca de la que fuisteis tallados…” afirma Isaías (Is 51,1). Si Dios es así, ¿cómo no ser así quienes creemos en Él, “arcilla que modelaron sus manos”?
d) El Dios samaritano
Todo este recorrido bíblico alcanza su cénit en la parábola del Buen Samaritano. Está puesta por Jesús para que el legista comprenda que vivir es des-vivirse, como oferta de una vida cabal. Y en esa oferta, hacerse prójimo de los demás, no tenerlos como prójimo propio, es el camino acertado. Para glosarlo, Jesús propone el ejemplo del samaritano, que “rompe su tiempo” para atender con cuidadoso esmero a la persona asaltada del camino.
El samaritano, movido por su compasión, es la figura en que confluyen Dios, Jesús y todo ser humano que quiera vivir como tal. El cuidado, entonces, deviene teología, por la vía de la teo-praxis, y carga de sentido la existencia humana. Es, por tanto, del todo pertinente hablar como ya se habla de la “Teología del Cuidado”, rescatar al cuidado del modesto ámbito intelectual y religioso en el que estaba sumido y proponerlo como itinerario existencial que confiere densidad, profundidad y sentido a la vida humana.