más si cabe cuando se trata de un hijo o hija.
Laura Giménez,
Servicio de Atención Espiritual y Religiosa. Parc Sanitari Sant Joan de Déu. Sant Boi de Llobregat (Barcelona).
Laura Gallego,
madre
Laura Giménez nos cuenta que:
Conocí a Laura pocas semanas después de que su hija Noa muriese a las 36 semanas de embarazo, antes de nacer.
Iniciamos un camino de compartir dolor, reflexión, miedos, esperanzas, profundidades del corazón… Hemos compartido cerca de cuatro años en los que se experimentó el abismo de tres pérdidas más, dos embarazos que no llegaron a término y la muerte de su queridísima hermana por un tumor cerebral.
Cuando me preguntaron por algún testimonio para este número dedicado a la compasión, para mí era evidente pedírselo a Laura porque he sido testigo de cómo a pesar de tanto sufrimiento, el amor que nos une a los demás nos moviliza dando cuerpo a ese fantasma del sentido que intentamos encontrar a lo largo de la vida. Le llamo fantasma, sí, porque a veces lo vemos con cierta claridad en momentos de iluminación, pero de pronto lo perdemos de vista y caemos en las trampas de la vida, de nuestro ser, de nuestras expectativas que no alcanzamos…
Cuando le pedí a Laura que compartiera su experiencia para este número de LH, se quedó callada, y me sorprendió, porque para ella siempre ha sido una ganancia poder compartir. Después de charlar un rato, me dijo “no sé… esto de la compasión me pone un poco triste…”
Laura no quería compartir el dolor que pasó desde “esa tristeza” que le evoca la palabra compasión. No le insistí, pero fue una situación que me hizo pensar. Yo le explicaba el significado de la compasión poniendo el acento en la ternura y el amor que mueve este sentimiento y que desemboca en una esperanza nueva, pero no, hay filtros mentales que tienen una construcción muy elaborada, y su ser sólo conectaba con la tristeza. Es cierto que social y culturalmente se asocia la compasión al sufrimiento y a la tristeza que te genera el sufrimiento del otro; en ocasiones te moviliza para ayudar y en otras se queda como un nudo en tu interior, agrandando la tristeza y la pena de ver las injusticias del sufrir.
La Real Academia Española define la compasión como el “sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”. Otra definición que encontramos es: “Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. (Oxford Languages)
Laura me dijo en nuestra conversación: “no me gusta recordar cómo la gente me miraba con pena…”
La gente necesita entender la compasión desde la espiritualidad, porque no es un simple sentimiento, es una realidad vivencial de profundidad, y desde ahí te conectas con algo esencial de tu interior y abre las puertas a la unidad, al amor, a la esperanza, a la belleza… y no desde la teoría, sino desde lo que te moviliza para la acción.
Somos seres ontológicamente relacionales y hay un hilo invisible que nos une con el otro y que nos impulsa a actuar desde el amor, para reparar amando, desde una fuente amorosa que va más allá de nuestras fuerzas ¡Esa es la compasión que sana!
“Por eso te digo a ti: levántate amada mía y anda. Siempre hay esperanza.”
Laura, la madre, comparte que: Hace 10 meses que perdimos a Noa, nuestra segunda hija. Estábamos embarazados de 8 meses y murió un día antes de nacer, el 22 de febrero de 2018. Aun así, mi cuerpo tuvo que pasar por un parto y, en el fondo, me alegro de que fuera así. Haberla podido tener de forma natural fue algo mágico dentro de todo el dolor que la pérdida conlleva.
No la oímos llorar cuando nació. No sabemos cómo eran sus ojos. Pero la pudimos coger, besar y despedirnos de ella de una forma especial. En esos duro momentos mi cuerpo estaba agotado después de casi 24 horas de parto y mi mente en shock. Al cabo de un tiempo, mi mente salió de ese estado y se dio cuenta de que el dolor era muy intenso, más de lo que parecía al principio.
Desde entonces soy consciente de lo ocurrido. Ahora entiendo y me creo que lo que vivimos fue real. Nos pasó a nosotros, a nuestra familia, a nuestra hija. Y es más doloroso de lo que la gente se pueda llegar a imaginar. Ya tendrás otro, me decían, aún sois jóvenes. Y sí, claro, podremos tener otro, pero ya no será Noa, la bebé que tanto deseábamos, la bebé a la que esperábamos con los brazos abiertos.
Imaginarnos una vida futura con ella y tener que vivir sin ella… No son recuerdos, pero si anhelos y estos también duelen.
Nunca nadie podrá sustituirla, jamás. Nadie llenará el vacío que sentimos en estos momentos. Ella siempre será mi segunda hija y siempre será hija. Hermana, nieta, sobrina, prima… Y esto, si no los has vivido, no puedes llegar a entenderlo. Pero no pretendo que nadie me entienda. No quisiera que nadie tuviera que pasar por una situación similar.
A raíz de lo ocurrido y durante mi duelo, escribo cosas a Noa y a Ariadna, mi primera hija. A las dos les escribo las cosas más bonitas que salen del alma, con todo el amor del mundo, porque las amo y siempre lo haré.
RENACER
Tengo ganas de salir corriendo, de huir de todo y de todos, por un instante, sólo un instante.
Tengo ganas de hacerme grito y perderme en el viento.
De hacerme viento y ser huracán y poder mover montañas.
De hacerme nieve y poder derretirme al sol.
De hacerme sol y poder dar calor.
De hacerme pájaro y poder volar libre.
Tengo ganas de tantas cosas y de nada.
Tengo ganas de ti…
Tengo ganas de poder brillar en el siendo una estrella.
De ser semilla, plantarme en la tierra y hacerme flor, árbol y bosque.
De ser un grano de arena y perderme en el desierto.
Perderme sola, o contigo, las dos, por un instante,
como un suspiro, al menos un instante.
No podré jamás convertirme en nada de esto, por lo menos no en esta vida.
Pero si me he convertido en amor, en puro amor, y podré amar.
Para mi princesa Ariadna y mi bebé eterna Noa. Os amo hijas queridas.