La pandemia de COVID-19 que desde hace al menos un año azota al mundo está mostrando, además de la propia fragilidad humana, que los seres humanos estamos estrechamente relacionados.
Cuando la enfermedad se presenta sin llamar a nuestra puerta o a la de nuestros seres queridos, nos sentimos, a la vez, desamparados y vinculados de una manera nueva y aún más profunda. La enfermedad, aunque cierra muchas posibilidades, abre ciertos espacios en los cuales es posible “sentir y gustar internamente” que somos hermanas y hermanos. La enfermedad, paradójicamente, puede vivirse como espacio de fraternidad.
El Hno. Jesús Etayo nos plantea la misión de la Iglesia como una misión integral para ofrecer la alegría de la salvación al mundo mediante la compasión de la gente, especialmente de los más necesitados, y la identificación con los más vulnerables. También nos expone una Iglesia cuya característica esencial es su misión samaritana porque en el centro de esa misión está el ser humano y el mundo que es amado, perdonado y salvado por un Dios compasivo, misericordioso y lleno de ternura.
NUM. 329 | Cuidémonos mutuamente: Nadie se basta a sí mismo